jueves, 9 de septiembre de 2010

ARTÍCULO MUY INTERESANTE DE PEDRO MATEOS SOBRE LA EXPOSICIÓN DE LAS ESTUPENDAS EN LA SALA KURSALA DE CÁDIZ

De la apariencia como artificio...

Espacio para la ritualización y espacio ritualizado. Las imágenes de la exposición “Estupendas”, de Ariadna Arnés, nos muestran rigurosas y a la vez tiernas instancias de lo frívolo y hasta de lo esperpéntico con una insistente retórica de la opulencia y la vanidad. Retórica que esconde, tras las candilejas del escaparatismo social, cierto miedo inconfeso hacia lo siniestro.

En cualquier juego de apariencias se dan dos elementos imprescindibles: La máscara (que oculta, transforma, miente...) y lo ocultado (¿ese elemento pudoroso, doliente..?). El uso de la palabra “juego” es pretendidamente malicioso porque, podríamos preguntarnos: ¿Acaso existe algo ajeno a dicho juego? Expresado de otro modo: ¿Puede nuestra percepción de la realidad aportarnos alguna evidencia exenta de tal dualidad? ¿Hay algo que no sea apariencia?

En principio parece ser que no. Y eso tal vez nos perturba.

De manera perfectamente desatendida transitamos por el lienzo de la cotidianidad con una somnolencia casi dañina, aunque raramente manifiesta. Entre objeto y objeto nuestra mirada recorre espacios infinitesimales donde, cada vez, nos olvidamos de ver. Miramos, pero no vemos. No hay detención. Por tanto, una considerable porción de eso que comúnmente denominamos “realidad” desaparece por los ocultos sumideros de nuestra conciencia.

En ese endémico estado de “no detención”, y de manera providencial, la fotografía nos aporta un método impagable para el esclarecimiento de lo real-contingente. Capaz de capturar, como si de un finísimo tamiz se tratase, tanto lo sutil como lo grosero de cada experiencia visual, cada fotografía es en sí misma un acto de autodetención y, por tanto, una proposición capaz de revelar esa escritura invisible tras lo anecdótico, la contranaturaleza sutil de la objetividad.

Con cada fotografía expiamos sin pretenderlo la perversión de nuestra mirada y enfrentamos desde su esencia la paradoja del mundo.

En ellas coexisten, en continua tensión y alternancia, el elemento atávico-ritual y el fenomenológico (el “studium”, que diría Barthes) o, en consonancia con lo dicho anteriormente, aquello que es velado y el agente ocultador, la máscara.

En la muestra que nos ocupa, tales elementos son fácilmente perceptibles gracias al riguroso encuadre y al trabajo de despersonalización aplicado a cada imagen: apenas se insinúan algunos rostros, ninguna mirada, nada de ternura, empatía. Los gestos, las poses, los vestidos relucientes y las joyas... constituyen el inefable atrezzo para un tipo de escenificación socio-cultural donde todo es premeditado y cada rol es nítidamente trazable. Pero a la vez son signos de una ritualización sutilmente ignorada, pero que opera subrepticiamente en los estratos más profundos de la existencia. Ritualización que pretende conculcar lo puramente atávico y ancestral, aquel miedo inconfeso hacia lo siniestro, la decadencia del cuerpo como antesala de la muerte...

Los signos de a frivolidad anteceden a los signos de la decadencia. El elemento glamuroso es a la vez la máscara con la que se pretende conjurar lo inevitable y la huella lastimosa que demuestra su ineficacia.

Lo que a veces gusta de una fotografía es que en ella el tiempo parece detenerse. Pero a la vez, por esa misma cualidad, lo desapercibido se hace evidente. A veces muy a nuestro pesar.


Pedro Mateos.

Las Estupendas en el Emergent-LLeida, Octubre 2010